En
las últimas 8 semanas hemos visto como representantes del gobierno y de la oposición
han desarrollado largas reuniones cuya intenciones son confrontar visiones
sobre cómo ven el país y como debe ser conducido. 8 semanas sin que se vea
algún resultado positivo. 8 semanas en las cuales se han recrudecido los
ataques contra quienes buscan
alternativas democráticas para salir de la crisis que ya está siendo reconocida
por integrantes del partido de gobierno. Pero hay una visión de lo que ha
pasado en estas 8 semanas que ha escapado al diálogo. Es lo que tienen que sufrir
las comunidades más desposeídas, las mismas que hace 20 años eran ignoradas y
que hoy han sido defraudadas. Las
carencias en estas zonas se multiplican. No consiguen los alimentos e insumos
básicos y si los consiguen es luego de horas de colas o al triple del precio
oficial. La delincuencia se convierte en un azote que le roba lo poco que puede
conseguir y en ocasiones le roba la vida, sin olvidar que son los mismos
delincuentes quienes les prohíben protestar por sus carencias. Si hablamos de
servicios públicos, vemos como el servicio de agua solo llega una vez a la
semana cuando tienen suerte y el servicio eléctrico ineficiente daña sus
aparatos electrodomésticos. Por otra parte, aumento de pasajes y suspensión de
rutas de metrobus complementa un caldo que atosiga a los más pobres. Me
pregunto: ¿Quién dialoga con esos ciudadanos que lo único que tienen son
esperanzas cada vez más mermadas?. Ciudadanos
que son atacados por bandas de delincuentes y que al protestar son atacados por
brigadas antimotines que repelen su acción. El verdadero diálogo debe llevar a cambiar
el racionamiento en los servicios públicos por racionamiento de la pobreza y la
miseria, a cambiar el racionamiento de los alimentos y la gasolina por
racionamiento de la corrupción y la ineficiencia, a cambiar el racionamiento de
la libertad de expresión y a la protesta por racionar el autoritarismo.
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